El primer concierto en España protagonizado por el holograma de Dio se salda con un enorme éxito de público, pese a la polémica previa.
El holograma no participó tanto en el concierto como se esperaba, dejando mucho protagonismo a una excelente banda.
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La gira más discutida en los últimos años por fin ha recalado en España. La polémica de resucitar a músicos muertos mediante la técnica holográfica, es algo que divide a los fans. Si hasta hace poco se hablaba de que el auge de los grupos tributo y su éxito van a acabar con los creadores de música original, ahora se habla de que los hologramas van a acabar con los grupos tributo. Toda una paradoja. Pero si bien en la redacción tenemos opiniones enfrentadas al respecto, era un espectáculo al que teníamos que asistir. Ya no sólo por la parte tecnológica, que no me negaréis que a todo el mundo le despertaba curiosidad, sino porque ver en directo a una banda interpretar un repertorio tan genial como el del carismático Ronnie James Dio y en la que están dos genios de la voz y la guitarra como Tim «Ripper» Owens y Craig Goldy, era un espectáculo que no podíamos perdernos.
La crónica se dividirá en dos partes: una dedicada al concierto en sí y otra en la que analizaremos la parte técnica del holograma, en la que, haciendo un spoiler, hubieron algunos problemas bastante serios.
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La banda tributo denominada Dio Disciples,liderada por el guitarrista Craig Goldy, quienes llevan girando tras la muerte de Ronnie James Dio y que está formada por músicos que le acompañaron durante años, fue la lógica elección de Wendy Dio para acompañar al holograma, a pesar de existir también otro supergrupo tributo, Last in Line, que se proclama como la auténtica banda tributo y que hace tiempo lucharon en los tribunales por llamarse Dio —en homenaje a cuando Dio era un grupo y no el apellido de su líder—. En cualquier caso, si ya tenía interés ver a estos músicos, la inclusión en el género del ex Judas Priest, Tim «Ripper» Owens y el Lynch Mob, Oni Logan, fue un gran acierto.
Con unos pocos minutos de retraso aparecieron sobre el escenario Craig Goldy a la guitarra, Bjorn Englen al bajo, Scott Warren a los teclados y Simon Wright a la batería, ambos dos arrinconados a ambos lados del escenario debido a que en medio estaba la plataforma/pantalla y el cristal sobre el que se reflejaría el holograma.
Con el redoble de batería comenzaría la maravillosa «King of rock and roll» y todos nos quedamos extrañados ya que se oía la voz pero sin imagen. Tendríamos que esperar al solo de guitarra para que apareciese virtualmente el vocalista. Así que de entrada triunfal nada. Mal rollo. Pero al menos dio tiempo a ver que los técnicos que han programado su imagen y movimientos se lo han trabajado, no pareciendo un monigote animado por ordenador.
La canción termina, el cantante se despide y aparece un enorme logo en 3D y en movimiento flotando sobre el escenario. En ese momento entra con una sonora ovación Owens, luciendo gafas de sol y gorra y muñequera de una conocida bebida energética.
Pese al empeño de toda la banda (excelentes en todo momento Goldy y Wright), el vocalista acapara todo el protagonismo interpretando «Mob rules» de los Sabbath y «Straight through the heart», de Dio.
Llegado este momento, gran parte del público se planteaba dos cosas: Owens es Dios (con permiso de Ozzy y de Dio), ya que aún cantando a su manera su voz encaja con el repertorio que le echen (al contrario que Logan, que se mostraría más cercano al estilo vocal de Ronnie), y que no importaría que apagaran el holograma y todo el concierto fuera con él como protagonista.
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Pero no lo era, así que tras esta genial intervención fue relevado por un sonriente Oni Logan. Mi recuerdo de la única vez que vi al argentino en directo fue en 2.010 junto a Lynch Mob, y no fue un buen recuerdo precisamente, al toparme con un cantante muy justito a nivel de técnica, que no se comunicaba con el público ni sus compañeros y que sólo le faltaba mirar el reloj para ver cuánto rato quedaba para finalizar. Por fortuna, su nivel y actitud durante el concierto no tuvieron nada que ver con aquella vez, aunque tampoco pudo superar a su compañero Owens y a un holograma que es evidente que no iba a fallar ninguna nota.
«I» de nuevo de Black Sabbath es interpretada con ganas por el cantante, en una elección de repertorio bastante sorprendente, ya que no es un tema que los Dio Disciples suelan tocar. Tras la intervención de Logan y envuelto entre llamas, apareció Dio para hacer una versión muy particular de «Last in line», y digo muy particular porque tras el solo de un hierático pero inspirado Goldy, la canción se transformó en «Holy diver» y antes de terminar ésta, volvieron con «Last in line». Un extraño y largo medley que la verdad, sonó de fábula.
El holograma dio el relevo a Logan para atacar con «Egypt (The chains are on)», quien fue muy fiel a la interpretación original. Tras ésta, vendría «Tarot woman» de Rainbow, cantada a dúo por Logan y Owens y precedida por un solo de teclado de Warren, más progresivo y experimental que el original. Una composición en la que el teclista tendría un protagonismo mayor de lo que estaba teniendo hasta ahora.
Sin parar, el grupo enlazó con «Catch the rainbow» en la que el protagonismo recayó en Logan dejando a Owens como corista, y «Gates of Babylon», en la que se invirtieron los papeles y haciendo así un largo medley dedicado a Rainbow, con un Goldy que en todo momento clavaba el sonido de Ritchie Blackmore.
El set dedicado a la banda del arco iris finalizaría con la épica «Stargazer», en esta ocasión siendo cantada de nuevo a dúo y con otro solo inicial de teclado de Warren. Tras este tema, Owens en solitario seguiría sobre el escenario para encargarse de «Mistery», uno de los escasos acercamientos al A.O.R. que compondría Ronnie en cualquiera de sus proyectos, y en el cual se demostró una vez más la variedad de recursos de los que dispone Owens.
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Antes de que apareciera el holograma en la recta final, Owens realizó un emotivo speech, recordando al maestro y defendiendo la propuesta, explicando que valía la pena soportar todas las críticas sólo por ver las sonrisas del público al escuchar este repertorio.
Tras el parlamento de Owens, el Dio holográfico volvería a hacer acto de presencia en «Heaven and Hell» y «Man on the Silver Mountain», para dar paso a un solo de batería no demasiado inspirado de Wright, pero que mejoraría al incorporar la «Overtura 1812», en un juego entre batería de metal y música clásica similar a lo que suele hacer Mike Terrana. Lástima que la parte clásica se escuchara tan poco.
El épico final vendría con «Rainbow in the dark», en el que Logan y Owens harían coros junto al holograma, dando por finalizado un concierto algo breve —poco más de ochenta minutos—, con una excelente mezcla de sonido y en el que brillaron con luz propia Tim «Ripper» Owens, Simon Wright y Craig Goldy, y que nos dejó con dos dudas: «¿dónde están «Rock and roll children» y «We rock»?» y «¿yo no había venido a ver al holograma?»
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Y como lo prometido es deuda toca hablar de la parte más técnica de la velada. ¿Original, banda tributo u holograma? Es obvio que siempre será mejor la opción original, pero la elección se vuelve de lo más compleja cuando hay que decidir entre tributo u holograma. Un tributo exige horas y horas de ensayo pero no siempre el resultado es parecido al 100% (de hecho, rara vez lo es). El holograma requiere de un equipo técnico experto, pero una vez programado repetirá una y otra vez lo programado sin errores, con el 100% de perfección y similitud con el músico original, aunque le faltará la energía que aporta un músico de carne y hueso además de la capacidad de improvisar.
Hoy por hoy, esta tecnología no puede suplir al músico real, y más porque en su puesta de largo en una sala de pequeño/mediano aforo como es Bikini —cerca de 700 personas de capacidad máxima—, se vislumbraron una serie de errores bastante serios. Y es que la finalidad de crear un holograma es vivir la experiencia de ver al músico original sobre el escenario, pero creo, que tras esto debería estar el que logremos desconectar durante hora y media de la realidad, de saber que el músico está muerto y que creamos que está allí en realidad. Y en esta ocasión, por más que sintiera algún momentáneo destello de emoción, no llegué a creerme en ningún momento que ante mí estuviera el pequeño gran Dio.
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1.- ESCENARIO: Es evidente que un escenario así no permite muchas filigranas de atrezzo, ya que Bikini es una de las dos mejores salas de conciertos de Barcelona en cuanto a sonido, con, además, un excelente sistema de iluminación, pero tamaño grande de escenario pues no tiene. El «armatoste» que disparaba el holograma consistía en una plataforma cuadrada situada en el suelo con una pantalla y de cuyos laterales frontales surgían sendas barras verticales que ascendían unos metros y soportaban a otra barra horizontal. Entre la parte trasera y la barra horizontal delantera, se situaba un cristal —llamémoslo así ya que desconozco su material— y en su inclinada colocación se proyectaba el holograma.
Y debido al tamaño del montaje, batería y teclado quedaban arrinconados a ambos lados del escenarios, bajista y guitarrista delante de éstos, y por delante de la plataforma los cantantes.
En vídeos grabados en diferentes ciudades, se ha podido ver cómo, al lado de la plataforma se situaban dos pantallas de vídeo y al lado de éstas, teclado y batería, dando mayor sensación de amplitud. Pero si destaco esto no es por una cuestión de estética, sino porque afectó al correcto desarrollo del holograma.
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2.- FORMATO DE LA IMAGEN: Bien, este es uno de los puntos que impedían sumergirte del todo en la experiencia. Aunque sus movimientos y rostro eran muy reales pese a ser creados infográficamente, Ronnie James Dio siempre fue bajito, de hecho, algunos lo llamarían «retaco». El holograma tenía su misma altura y claro, al estar situada la plataforma al fondo del escenario, el Dio virtual se veía algo pequeño. Y haberlo agrandado tampoco habría sido solución, porque siendo la plataforma una especie de escenario, nunca habría dado la sensación de tener al holograma en primera fila.
Quizás una solución, pero sin duda más cara, sería el agrandar todo el montaje, es decir, más pantalla y más cristal; de ese modo el holograma, aún estando al fondo, tendría más espacio para pasearse y el efecto de llamas —repetido en varias ocasiones— no quedaría cortado en los extremos del cristal.
Por otra parte otro inconveniente que veréis en las fotos es lo estilizado del holograma: es decir, que era estrecho, no demasiado, pero basta con coger una de las fotos que realicé, ensancharla un poco y comprobar que así parece más natural.
Sin embargo, lo que impidió que pudiera sumergirme en la experiencia fue el asunto de la iluminación. No soy experto en vídeo ni fotografía, por tanto los términos que comentaré a continuación puede que saquen de sus casillas a los profesionales del medio. Sorry!
El asunto de la iluminación del escenario que afectaba al holograma, haciéndolo parecer un fantasma translúcido, tal como vimos en el debut del holograma en el Wacken de 2.016 se solventaron. En ocasiones, focos de luz apuntaban directamente al cristal y no afectaba a la visión. Sin embargo, el problema venía de la luz interior, de la luz del mismo holograma… a ver si consigo explicarme.
Los seres humanos somos mates, no brillamos. Podemos brillar si una fuente de luz nos da de pleno y se acrecentará si además estamos sudando. Es entonces cuando sucede el fenómeno fotográfico de «estar quemado». Pero se apaga la fuente de luz y volvemos al aspecto normal. Si además, nos quedamos en oscuridad total no se nos ve. En cambio, el Dio holográfico brilla por sí mismo, todo él, incluida la ropa. Y si toda la sala se quedara a oscuras, se le seguiría viendo.
Fijo que hay explicación técnica a esto y confío en haberme hecho entender, pero es algo que resta naturalidad al holograma, impide que te lo creas, que nunca dejes de pensar en que eso es un vídeo y desconozco si en un futuro será algo que pueda resolverse y que el holograma sea iluminado sólo por focos y no por sí mismo.
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3.- TEMBLOR DE IMAGEN: Lo explicado hasta ahora es algo que uno podría intuir a tenor de lo visto en fotos o vídeos, pero los asistentes nos quedamos sorprendidos con un problema que no podíamos intuir: el holograma temblaba.
Todos sabemos la presión sonora que puede emitir una batería y el tipo de vibraciones que puede ejercer un bombo golpeado con fuerza. Bien, la música de Dio no era extrema, pero es heavy metal, vibrante e intenso. Y la batería del bueno de Simon Wright estaba situada casi pegada a la plataforma. Y dos y dos son cuatro: golpes bestias de bombo, vibraciones transmitidas al cristal y temblor en la imagen.
Un temblor que apenas duraba un segundo o ni eso, pero que ocurrió en bastantes ocasiones. Algo que no sucederá en salas de mayor aforo y escenarios, donde la batería pueda situarse más alejada, pero que en salas estilo Bikini, es un problema que quizás nadie tuvo en cuenta.
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Y hasta aquí llega la crónica. La era de los hologramas parece que ha empezado. Frank Zappa será el siguiente, pero lo cierto es que si no se mejora la técnica y no se consigue una experiencia inmersiva total, todo quedará en una mera curiosidad y en unos años desaparecerá (como el 3D en cine y en casa, que va en caída libre).
Además, tampoco ayuda a sumergirte en esa experiencia el que contrates a dos cantantes de prestigio y acaparen el 75% del repertorio, dejando al holograma que cante tan sólo 6 temas de 17 que incluyó el set-list, cuando se supone que el protagonista era él.
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En cualquier caso, ya lo he comentado al principio: este era un concierto único al que había que acudir y damos las gracias a Robert Mills y R.M. Concert por la acreditación a este medio y por haberse atrevido a traer a España una iniciativa tan polémica pero pionera.
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TEXTO Y FOTOS: Albert Sanz
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