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Como ya es habitual en los últimos años, el texano de orígenes cubanos e italianos ha acudido de nuevo a nuestro país en otra larga gira. Pese a que ya presentó el año pasado en España su último disco de estudio –«Sticks & stones»-, ha decidido repetir, cosa que se agradece. Además nuestra asistencia al concierto era una cita obligada tras la entrevista que le realizamos un día antes; entrevista que nos mostró el lado humano más divertido y amable del americano, y que fue la más cachonda y bizarra de cuantas ha realizado nunca este humilde programa de radio. Pero llegado el momento ya podréis leerla.
Con nuestras flamantes acreditaciones de prensa cortesía de los amigos de FunHouse Productions (¡gracias Rosa!) entramos en la sala Apolo 2, la cual registró un lleno total, cosa bastante fácil teniendo en cuenta las 200 personas que deben de caber, y una vez más tuvimos que preguntarnos el por qué de la elección de una sala de estas características cuando sólo dos años atrás llenó (aunque sin apretujones) una sala Bikini con un aforo tres veces superior. Puntualmente a las 21:00 salió a escena Eric Sardinas acompañado de sus Big Motor, esto es, Chris Frazier a la batería y Levell Price al bajo. Ya desde un primer momento Eric salió a por todas, cantando y tocando los primeros acordes de «Worried mind blues», en un largo prólogo en el que en varias ocasiones hablaba más que cantaba, dirigiéndose al público como si de una conversación se tratase y fuera de micro.
Tras esta declaración de intenciones descargó dos trallazos como fueron «Flame of love» y «I can’t be satisfied», pertenecientes a «Black pearls» y a su debut «Treat me right» respectivamente, con lo cual ya se metió a la audiencia en el bolsillo, cantando con la rabia que le caracteriza y soleando con su dobro oxidado y ejecutando de manera maestra complejas líneas con el slide. Si bien fueron sonando temas de diferentes discos, está claro que el grueso del concierto se basó en «Stick & stones», por lo que cayeron también temas como «Road to ruin», el marchoso «Full tilt mama», la maravillosa balada «County lane» (alargada e interpretada sin grupo y a pelo, esto es, con la guitarra desconectada y sin micro) o la instrumental «Behind the 8» con la que se cerró el concierto.
Los Big Motor cumplieron a la perfección y más. A Chris Frazier se le nota su pasado metalero y progresivo, no en vano fue batería en los inicios de Steve Vai, habiendo tocado en el mítico «Passion & Warfare», por lo que su pegada era notable. Además, y sin ser las composiciones de Sardinas excesivamente complejas, lo cierto es que a Frazier se le notaba mucho más suelto y con mucho más nivel técnico del necesario que no Bernie Pershey (primer batería de los Big Motor y que ya nos visitara en la última gira de Sardinas que servidor vio en 2.010), y eso que no es manco en absoluto. Frazier tocó también el consabido solo de batería, que aunque un poco falto de creatividad al menos no se hizo aburrido.
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Por su parte, Levell Price, algo más grueso que en giras anteriores y con una barba que le da un aire sureño más duro a lo Zakk Wylde, tuvo más momentos de lucimiento que en conciertos anteriores. Algún que otro solo se coló entre las canciones e incluso él y su compañero batería interpretaron un tema instrumental; tema que fue de lo más interesante, puesto en vez de realizar solos o arpegios, Price tocaba una secuencia de acordes rasgueados en el bajo que iba creciendo en intensidad. Desde luego que lejos de cualquier derroche de virtuosismo, se hizo tremendamente interesante.
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El guitarrista catalán Jonny Macuerdo fue invitado -igual que en su anterior gira- a subir al escenario e interpretaron dos temas, uno de ellos el instrumental «Texola». Si bien el invitado tenía un sonido que recordaba en cierta manera al gran SRV (provocado en cierta manera por la preciosa Stratocaster que usó), técnicamente no lo vimos muy diestro. Es cierto que los guitarristas de blues no han de ser necesariamente muy técnicos (ahí están B.B. King o Freddie King) y que la intención y el feeling es lo que cuenta, pero Macuerdo, en los solos que intercambiaba con Sardinas no se mostraba muy habilidoso en las partes más rápidas. No es que llegara a equivocarse, y de hecho en fraseos tranquilos sonaba bien, pero se le notaban o bien carencias técnicas para afrontar fraseos más complejos o bien un miedo escénico (algo comprensible teniendo al lado a un guitarrista de casi dos metros que siempre toca al 100 % de intensidad) que le impedían tocar mejor.
En cuanto al sonido, decir que fue bastante más correcto que la media de conciertos vistos en Apolo 2. La batería sonó con mucha pegada y el bajo tuvo la presencia que no suele tener la mayor parte de las veces. La guitarra también sonó muy bien, aunque en las canciones en las que Sardinas usa wah-wah, y combinado con el metal del dobro, daba un sonido un tanto chillón. En general no fue algo molesto, pero en la última canción, usó el wah-wah todo el tiempo y entonces sí que fue molesto. El pero vendría para el asunto de la voz. Al margen de la costumbre que tiene de cantar lejos del micro, en bastantes ocasiones en las que estaba bien colocado, la voz se iba, y no era una cuestión de técnica dado el chorro de voz que posee.
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He dejado el análisis de la interpretación de Sardinas para el final, ya que poco más se le puede atribuir a todo lo dicho con anterioridad. Sus performances son muy intensas, y pese a que ya no realice actos como usar como slide una botella de cerveza o tocar entre el público, su actitud sobre el escenario sigue manteniéndose inalterada. En verdad, pocos artistas he visto sobre que mantengan ese nivel durante casi dos horas y que (y esto es lo más importante) tengan tantas ganas por involucrar al público en su propuesta, de ahí su frenética actividad en directo que le lleva desde hace muchos años a realizar una media de 250 conciertos anuales por todo el planeta.
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Quizás algún crítico puede achacar una cierta repetición de esquemas en sus conciertos -aunque aún no he leído a nadie que lo diga-, pero como una vez comentó Raimundo Amador respecto a su pasión por el blues, «si algún día soy incapaz de tocar una rumba con una guitarra española dejo el mundo de la música». No recuerdo si fueron exactamente estas palabras, pero creo que se entiende. Es decir, si repite siempre la misma propuesta, bienvenido sea; ojalá hubieran más músicos así de repetitivos. Y si algún día baja el nivel de intensidad, entonces el mundo del blues y el rock estará de luto. En verdad la música en cualquier estilo necesita de gente como Eric Sardinas, que la vivan de esa manera y que quieran transmitirlo.
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Para finalizar, os dejamos con algunos videotubes realizados por asistentes y más fotografías.
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TEXTO: Albert Sanz
FOTOS: Iván Macías y Albert Sanz
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