La rusa Ekaterina Záytseva ha sido la protagonista de varios conciertos del ciclo Maestros de la Guitarra.
Su concierto se basó en un repertorio de indudable calidad pero con una cierta previsibilidad.
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En varias ocasiones hemos hablado de Maestros de la Guitarra. Más que un festival de guitarra es un ciclo, puesto que programa conciertos de guitarra clásica —y algo menos de flamenco— durante casi todo el año. Al frente está la promotora Poema y los conciertos se realizan tanto en el Palau de la Música Catalana como en la Basílica de Santa María del Pi en Barcelona. En esta programación non-stop, los artistas suelen repetir bastantes fechas, por lo que no hay queja posible en plan «es que ese día no me va bien».
El ciclo, además de contar con talentos locales, tiene algún que otro VIP entre su equipo, como Pedro Javier González —Serrat, Manolo García, etc.— y en ocasiones traen a algún top de talla mundial, como David Russell o Manuel Barrueco (si vivís en una cueva y no conocéis estos nombres, podríamos ponerlos al nivel de fama de un Petrucci o un Malmsteen para que os hagáis una idea de su importancia).
En esta ocasión asistimos a la Basílica de Santa María del Pi —concretamente a su sala anexa— a ver el recital de la rusa Ekaterina Záytseva, uno de los nombres habituales en la programación del ciclo, ya que forma parte de dos de las formaciones más populares del mismo: Barcelona 4 Guitars y Dúo del Mar (interesante fusión de su clasicismo con el flamenco de la guitarrista Marta Robles); sin embargo, hacía bastante que no actuaba en solitario, por lo que asistimos a una de las fechas programadas para diciembre.
Se realizó como he comentado en la sala anexa o iglesia secundaria de la Basílica de Santa María del Pi. Su capacidad, teniendo en cuenta que los asistentes han de estar sentados, debe de rondar el centenar de localidades. No se llenó del todo, pero también es cierto que no se trataba de una única fecha. La acústica, como podéis imaginar en un recinto de estas características es excepcional, siendo únicamente necesario un micrófono que sirvió como ligero refuerzo para la zona trasera del recinto.
Antes de comenzar debo decir que los videotubes que acompañan a la crónica no pertenecen al concierto en sí. Sí son de temas tocados esa noche pero no en la misma fecha. La razón la podéis imaginar: esto es un recital de música clásica y la gente no está grabando con el móvil ni haciéndose selfies.
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El concierto duró poco más de una hora. Antes de entrar se nos fue entregado un folleto con el set-list, aunque después Ekaterina hizo algunos cambios. Tal y como hemos podido comprobar las veces que su música ha aparecido en Guitar Xperience, lo que podría definir a la guitarrista es la enorme belleza y sensibilidad en su manera de tocar. Los mismos términos que se suelen aplicar en blues o rock de «feeling», «frialdad», «entrega», «alegría«, etc., es posible aplicarlos a la música clásica, aunque sus intérpretes desconozcan el significado de la palabra improvisación y no se muevan de lo que dice la partitura. De este modo, podemos escuchar una misma composición en manos de Andrés Segovia o Narciso Yepes, y aunque los dos toquen exactamente las mismas notas, cada uno aporta algo diferente. En el caso del primero es fácil advertir unos matices más alegres, aflamencados incluso, mientras que en el caso del segundo, nos topamos con un músico más frío y academicista.
En el caso de la rusa, belleza, serenidad y sensibilidad es lo que se me transmite cuando escucho sus interpretaciones. Quizás parezca un cliché («machotes duros y mujeres sensibles»), pero veo en ocasiones a Ekaterina cercana a los postulados de la música new age, pese a que esté tocando un clásico de la música clásica, valga la redundancia.
La primera composición de la noche fue «Preludio de la suite No. 1 para violonchelo BWV 1007» de J.S. Bach, pieza preciosa y muy popular convertida en un estándar para los guitarristas, pese a ser creada en origen para el instrumento mencionado.
Le seguiría la «Fantasia sobre motivos de la Traviata» de J. Arcas, hermosa y animada canción con una sección tocada a trémolo y que fue ejecutada de forma brillante.
A continuación vendría una composición más breve: el célebre villancico anónimo «El noi de la mare», en la versión arreglada por Miguel Llobet.
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Tras este primer bloque tranquilo y relajado (relajado para el oyente, no para la ejecutante), vendría un largo bloque más animado y con claro sabor español que comenzaría con la casi flamenca «Rondeña» de Regino Sáinz de la Maza y seguiría con la siempre espectacular «Variaciones sobre «La flauta mágica» de Mozart» de Fernando Sor.
Las «Danzas Españolas #2 y #5» de Enrique Granados, tocadas del tirón, fueron muy aplaudidas por el público, así como la megafamosa «Asturias» de Albéniz. En ésta última, si bien fue ejecutada a la perfección, noté a la guitarrista algo más fría, menos implicada con la interpretación, a diferencia del resto del concierto.
La no menos famosa «Recuerdos de la Alhambra» de Francisco Tárrega, uno de las composiciones de obligado estudio para los que deseen profundizar en la técnica del trémolo, también fue muy celebrada.
Para finalizar este bloque español pudimos escuchar «Variaciones sobre el tema de Nicolo Paganini «El carnaval de Venecia»», también de Tárrega. Aunque no fue tocada a la inhumana velocidad a la que la suelen tocar ciertos violinistas como Salvatore Accardo o guitarristas como Emmanuel Rossfelder, la compleja mezcla de exigencia técnica y divertida interpretación estuvo ahí en todo momento, en especial en la alocada sección de glissandos/slides/deslizamientos, que arrancó más de una sonrisa entre el público.
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Y como colofón al concierto tuvimos una clara salida de tono, el momento más sorprendente y que rompió con la tónica «comercial» —enseguida explicaré esto— del set-list: «Fuoco» del francés Roland Dyens, la cual dejó a muchos descolocados. Se trata de una pieza moderna, compuesta en 1.986 dentro de lo que se denominó «Libra Sonatine», una larga suite formada por tres movimientos dentro de la cual ésta sirve como cierre. La pieza no sólo es muy compleja técnicamente hablando, sino que tiene una estructura, acordes y ambiente más cercanos al rock, usando en varios momentos bendings y finalizando con una breve pero potente sección con slap y percusión en la caja.
Un final de recital arriesgado y diferente.
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Nada se le puede achacar a la interpretación de Ekaterina: sensibilidad y control técnico fueron la nota predominante. Quizás el problema esté en la concepción del set-list y del mismo ciclo Maestros de la Guitarra. Aunque hubo un buen número de asistentes y de todas las edades además, lo que sí es evidente fue el gran número de extranjeros que había. Ojalá me equivoque, pero salí con la sensación de haber escuchado un «grandes éxitos» de la música clásica dirigida al oyente ocasional del género o al turista que le suenan las cuatro composiciones típicas, sensación acrecentada al ver videoclips pertenecientes al ciclo por algunos de los artistas habituales. Y que conste que no le quito mérito a la artista ni mucho menos; que algo sea popular no lo hace menos difícil, y nadie puede poner en duda la complejidad técnica e interpretativa de «Preludio de la suite No. 1 para violonchelo BWV 1007» o «Recuerdos de la Alhambra», por ejemplo. Pero sí que me dejó con esa sensación de ir a lo seguro, a la vía fácil de los temas que sin duda van a gustar al espectador.
Y en cierto modo, lo que me confirma esta idea fue ese tremendo final con «Fuoco», una composición del todo diferente al resto, muy compleja y alejada del resto del programa. Además, aunque al principio mencioné que siempre he visto en Ekaterina Záytseva sensibilidad y serenidad, aquí vi una especie de rabia controlada de lo más interesante; lo que podríamos llamar un auténtico «espíritu rockero» y que sería curioso que desarrollara en más ocasiones con interpretaciones similares.
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Sobre asuntos técnicos, el tema del sonido ya lo he mencionado al comienzo: excelente en todo momento. Y sobre luces, bueno, no estamos en un concierto de pop o rock, aquí lo que se demanda es sobriedad y así fue. Un foco con tonalidades azules para iluminar lo justo y necesario.
En conclusión, fue un auténtico placer disfrutar de un talento como es de Ekaterina Záytseva y volver a presenciar un concierto de Maestros de la Guitarra. El aire comercial y popular de su concepción, si bien puede ser algo molesto u objeto de discusión, no invalida la calidad y el talento que se pudo disfrutar en aquella fría noche de diciembre.
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TEXTO Y FOTOS: Albert Sanz
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