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FICHA
- Artista: The Winery Dogs
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Sello: Three Dogs Records y Loud & Proud Records
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Año: 2.013
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Estilo: Rock, hard rock, stone rock, blues, soul
CALIFICACIÓN
CALIFICACIÓN TÉCNICA
- Nivel de técnica: 8,5/10
- Velocidad: 7/10
- Variedad de fraseo, recursos y técnicas: 7/10
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Nivel de coñazo virtuosístico: 0/-10
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Calidad producción (equilibrio en la mezcla, masterización, etc.): 10/10
- Calidad presentación (carátula, libreto, etc…): 7/10
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PUNTUACIÓN: 8,25/10
CALIFICACIÓN MUSICAL
- Calidad musical: 7/10
- Nivel de feeling: 10/10
- Posibilidad de escucharlo de un tirón: 9/10
- Ganas de hacer “headbanging”: 7/10
- PUNTUACIÓN: 8,25/10
PUNTUACIÓN TOTAL: 8,25/10
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INTRODUCCIÓN
Aprovechando que en breves días este grupo andará por tierras españolas, publicamos la crítica del que fue su primer disco, que por extrañas razones no había sido realizada, pese a que en varias ocasiones canciones del mismo han sonado en el programa y que también cubrimos la primera visita realizada a Barcelona —crónica disponible aquí—.
La historia ya es conocida por los fans de la formación: en 2.012, el virtuoso bajista Billy Sheehan y el no menos virtuoso baterista Mike Portnoy se unieron al no tan virtuoso pero sí más legendario John Sykes. En formato power trio, este supergrupo ya estaba dando de qué hablar mucho antes de haber publicado nada. Pero el ritmo de trabajo del grupo se ralentizaba debido a los compromisos de Sykes, el cual afirmó que hasta dentro de un par de años no iba a poder involucrarse al 100% en el proyecto. Así que de mutuo acuerdo, el ex Whitesnake dejó el grupo, permitiendo el uso del nombre así como cediéndoles letras, riffs e ideas que él había creado.
Sheehan propuso a un sustituto, su buen amigo Richie Kotzen, con el cual trabajó durante varios años en Mr. Big tras la poco amistosa salida de Paul Gilbert. Kotzen, que mantiene una buena racha de grabaciones en solitario y no suele ser amigo de proyectos paralelos, no tenía plena confianza en congeniar con Portnoy, muy dado al exceso progresivo ultravirtuoso y amante de sonoridades duras. Sin embargo, tras escuchar el trabajo previo junto a Sykes, vio que se movían en una onda de rock, hard rock y blues muy similar a la suya, y además, que Portnoy milagrosamente se había «tranquilizado».
Cuatro años después, lo que parecía no ser más que el típico proyecto de supergrupo de un sólo disco, con buenas ideas, lucha de egos y corta duración, se ha transformado en algo serio, con dos discos de estudio, un DVD en directo y dos giras mundiales, y sin que ello haya afectado la carrera de Kotzen, el cual, en medio de todo, ha sacado un nuevo CD, de nombre «Cannibals».
Vamos a ver como fue la primera aventura musical del trío.
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ANÁLISIS DE LAS CANCIONES
1.- Elevate: Comenzamos fuerte con un sencillo pero intenso riff, en el que destaca la potencia de Portnoy, y en el que Sheehan y Kotzen alternan algunas líneas a tapping.
El estribillo es tremendamente comercial, y todo ello recuerda a la época en que Sheehan y Kotzen militaron en Mr. Big.
El solo de guitarra es breve pero de los excitantes. No obstante, para compensar esa brevedad, el bajista se muestra muy juguetón en los compases previos.
Imposible comenzar mejor un disco, y es evidente que debía ser el single de presentación, como así lo fue.
2.- Desire. Bajamos el nivel de intensidad (que no de calidad) en este hard rock muy ochentero y divertido, con algunos elementos de funky en las voces. El bajo destaca en varios pasajes al dejar de tocar Kotzen su guitarra.
Entre ambos hay una enorme compenetración, ya sea tocando al unísono en la parte previa a los solos, o mientras cada uno realiza la rítmica como apoyo al solo del otro.
Kotzen también toca un pequeño solo muy jazzero como sólo él sabe hacerlo justo antes del último estribillo, mientras Portnoy no se puede contener y muestra sutilmente algunos momentos de gran técnica.
3.- We are one. Estribillo de lo más atractivo sobre unos ritmos más duros que lo escuchado en anteriores canciones. Parece un tema que podría haber aparecido en cualquier disco de Kotzen, pero sus dos compañeros se encargan de demostrar que es un proyecto aparte: Sheehan mantiene en muchos momentos ese estilo entre rítmico y solista que también domina y que le hace destacar, y Portnoy está en su salsa con una interpretación bastante agresiva.
4.- I’m no angel. Tercer single del disco y el primero en tener un videoclip «de verdad». Una preciosa balada de corte soul y rock en la que destaca el excelente riff country de guitarra con unos perfectamente afinados bendings, así como la mejor voz hasta ahora de lo que llevamos de disco, pese a que por momentos recuerda a Chris Cornell.
Aunque Sheehan y Portnoy lo hacen de maravilla, en esta ocasión se muestran más al servicio de la canción sin aportar nada de cosecha propia, lo cual hace que el tema parezca 100% Richie Kotzen, pero esto poco importa, ya que estamos ante una de las baladas más emocionantes de esta década.
5.- The other side. Tras escuchar la belleza anterior, el grupo se acelera con un ritmo de batería casi punk. Estamos ante la peor canción del disco, lo cual no significa que sea una mala canción: tiene un estribillo pegadizo, Sheehan y Portnoy nunca serán grandes cantantes pero sí excelentes coristas como aquí demuestran, Kotzen usa muchísimo tapping en sus dos solos y además podemos escuchar un extraño sonido que recordaría a un amplificador de guitarra a punto de morir en el 0:45.
6.- You saved me. Resulta curioso que la segunda mejor canción del álbum sea también la segunda balada. Aunque los tres músicos rinden a un gran nivel, destaca por encima de todo la preciosa línea de tapping que ejecuta Billy Sheehan en casi toda la canción con su bajo. Sin embargo, teniendo en cuenta el gran nivel que siempre ha exhibido, y las facilidades técnicas que la industria ofrece hoy en día para enmascarar errores, se hace raro el que en esta línea de tapping, sobretodo en su comienzo antes de que entre la voz, algunas notas agudas —las tocadas por la mano izquierda— están ejecutadas más fuertes que otras. Es evidente que hablamos de dinámica y de interpretación, pero dichas notas suenan ligeramente distorsionadas. No me queda claro si es un tema interpretativo o de mezcla, pero es un resultado extraño.
Al margen de esto, a la línea de tapping le acompaña una excelente serie de arpegios de la guitarra de Kotzen y una preciosa línea vocal, además de unas partes de batería con más dificultad de la que podría parecer en una primera escucha.
7.- Not hopeless. Otra composición rápida y potente que recuerda inevitablemente a Mr. Big, tanto en las partes rítmicas como en el estribillo, señal de que el guitarrista no fue tan sustituto como parece en aquella banda. Sheehan destaca por un sonido sucio y distorsionado a lo largo de la canción, además de tocar un solo marca de la casa y un segundo solo a dúo con Kotzen breve pero intenso.
Por su parte, el guitarrista toca el solo más fusionero del disco.
8.- One more time. Si la mayoría de canciones de este trabajo se caracterizan por sus melodías pegadizas o su sensibilidad, esta lo hace por ser la más alegre y buenrollista de todas. Funky y rock sureño se unen en una excelente composición con unas guitarras que por momentos suenan a Eric Clapton y a los Rolling Stones.
Para amantes de la técnica, decir que con toda probabilidad, aquí tengamos al Mike Portnoy más progresivo y técnico de todo el disco.
9.- Damaged. Llegamos ahora a un medio tempo y la canción más simple de todas. Muy agradable de escuchar por su estructura y ritmos poperos. A pesar de todo, contiene un excelente solo de guitarra, aunque sea del tipo «para todos los públicos».
10.- Six feet deeper. En este décimo corte se recupera el estilo de los dos primeros. Hard rock oscuro, con elementos de heavy metal y stone rock, enorme potencia e intensidad y ciertos momentos vocales en los que Kotzen alcanza la excelencia, además de marcarse un solo con multitud de sweeps y saltos de cuerda muy «80′ style».
Ideal para hacer headbanging.
11.- Time machine. Adelantamos ya una de las conclusiones de esta crítica, y es el excesivo sonido a Richie Kotzen en solitario presente en gran parte del disco. En gran parte, pero no en esta canción, que es una en las que se nota más el sonido a grupo y no a uno de sus miembros.
Stone rock oscuro, duro, en la línea de la anterior pero aún más contundente, con partes rítmicas deudoras de Black Sabbath y estribillos melódicos y coreables, y una sección solista en la el trío se deja llevar.
Sin duda es una de las composiciones más potentes y agresivas, y en directo es todo un placer escucharla.
12.- The dying. Cambio radical ya que pasamos a un medio tempo muy «kotzeniano» con evidentes influencias de blues y folk y en el que el vocalista vuelve a recordar a Chris Cornell (algo que sus detractores le critican, y que no tengo muy claro si es negativo o positivo).
Una composición tranquila pero que engancha.
13.- Regret. Y si el trío comenzó de una manera impactante, aún más impactante es este final, con una nueva balada en la que se mezcla blues, country, folk y rock sureño, y en la que aparece por primera vez de una forma predominante el piano.
No es la manera típica de finalizar un disco, pero impactante y original sí que es.
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CONCLUSIÓN
Qué duda cabe de que este primer trabajo de The Winery Dogs fue excepcional. No llega a obra maestra pero su escucha sigue siendo, tres años después, de lo más excitante. Los músicos tocan a un gran nivel, con feeling, con técnica (imposible no destacar el elevado uso de líneas a tapping por parte de Kotzen, en una especie de retroceso hacía su yo ochentero, tocando incluso con púa en varias canciones), con buen gusto y muy bien compenetrados. Y nos encontramos a un Mike Portnoy inédito, demostrando que puede tocar a un 50% sin perder frescura. Eso sí, tocar lo que toca en este disco tampoco es tarea fácil, sino no estaríamos hablando del que está considerado como uno de los mejores bateristas de nuestra época.
Sobre asuntos de sonido, hay que alabar la gran mezcla y producción que el álbum tiene. Mezclado por el productor e ingeniero Jay Ruston —Diana Ross, Leonard Cohen, Paul Gilbert, Steel Panther, Adrenaline Mob, etc.—, ha sabido conjugar tradición y modernidad, en un delicado equilibrio entre sonido setentero y producción moderna. Un trabajo impecable en el que todos los instrumentos se oyen de forma nítida y además huyendo de la temible loudness war.
Como digo, un trabajo impecable en este sentido.
De todas formas, si Guitar Xperience se ha caracterizado alguna vez por algo, es en decir lo que pensamos en todo momento. Para —y perdonadme la expresión— lame culos ya hay otros medios. En algún momento anterior he comentado que el disco peca de un exceso de sonido Kotzen. En la mayor parte de la composiciones, si tuviéramos una batería y un bajo tocados por otros músicos carentes de un sonido tan personal como el de Portnoy y Sheehan, colarían perfectamente por un nuevo álbum en solitario del guitarrista. Esto resulta curioso, pues él llegó a un proyecto ya formado, con material trabajado de antemano y un sonido determinado, pero es como si todo atisbo de lo hecho con John Sykes hubiese desaparecido y Kotzen hubiese ejercido como principal compositor.
Esta sería la única pega, que no todos los temas suenan a grupo unido sino a Richie Kotzen tocando junto a invitados de lujo. Eso no invalida la gran experiencia de un disco que destila amor por las bandas añejas tipo Led Zeppelin, agradable de escuchar, lleno estribillos coreables, con exhibición técnica suficiente para contentar a amantes del shred y que contiene algunas de las mejores canciones de los últimos años. Pero una cosa no quita a la otra. La semana que viene publicaremos la crítica de «Hot streak», segundo L.P. del grupo y veremos como han evolucionado.
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Por último, recordemos que The Winery Dogs estarán en España, acompañados de los norteamericanos Inglorius en breve en las siguientes fechas:
- 8/02/16 – Kafe Antzokia – Bilbao
- 9/02/16 – Joy Eslava – Madrid
- 10/02/16 – Apolo -Barcelona
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TEXTO: Albert Sanz
FOTOS: Albert Sanz y Daniela Pessati—fotos en directo—, Loud & Proud Records —portada— y Madness Live! Productions —cartel de gira—
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